Si la infancia es la patria de todos los hombres, la de Aurelio Ovies está fuertemente asentada en lo que él mismo define como «un paraíso». Y es que Bañugues, uno de los más bellos rincones de la comarca avilesina, y probablemente el asentamiento humano más antiguo del concejo de Gozón, es el lugar «donde nací y transcurrieron las cosas más importantes de mi vida». Lo dice un hombre cuyas reflexiones son reposadas, propias del quien ha visto mucho y lo ha leído todo. «Eso es una exageración, pero sí que es verdad que tengo esa costumbre desde pequeño... y que he hecho mi vida en torno a los libros», asegura no sin cierta timidez.
Y es que Aurelio es poeta por vocación, desde los doce años. Empezó escribiendo lo que el denomina ripios de la edad, basándose en la poesía que estaba a su alcance: Bécquer, Campoamor, Machado, Gloria Fuertes... y Miguel Hernández; su vida y su obra fueron lo que le cautivaron de este género literario. Tiene muy buenos recuerdos de sus primeros profesores, en las Escuelas de Bañugues, con especial predilección por dos de ellos: Jesús Cobas y Antonio Casín, que supieron inculcarle el amor por la literatura. Eran tiempos en que la ESO ni se imaginaba, y que Aurelio en cierto modo añora, porque daba una base de conocimientos más aceptable que el actual.
El BUP también era una opción «mucho mejor que el Bachiller actual», afirma. Y habla sabiendo lo que dice, puesto que profesionalmente se dedica a la enseñanza universitaria. Cree que si a un estudiante no se le da una buena base en Primaria y Secundaria, la Facultad no va a hacer ningún milagro. En su departamento, Filología, el panorama podría parecer más benigno. «Hay un montón de rebotados de otras carreras, y eso se nota mucho cuando les preguntas si leyeron 'El Quijote'... no es raro que nadie en el aula levante la mano», aclara de modo ilustrativo. Pero contra el alumno adocenado, hay siempre un contrapunto: el vocacional, que se esfuerza por aprender y conocer. «Eso siempre te da la esperanza de que la Universidad vuelva a ser un lugar donde nosotros, los profesores, no seamos los que tiremos del carro, sino que sean los alumnos los protagonistas».
De todas formas, Aurelio nunca ha sido el clásico 'profesor hueso' que llena de ceros los expedientes. Sus muchos alumnos certifican que es un 'buenazo' al que le da rabia suspender a chicos que, por lo general, no superan los 19 años. Da Latín, una asignatura con mala prensa que él cree que debería ser una base ineludible no solo en Filología, sino también en Historia.
Le gusta proponer textos fáciles, no todos los alumnos entienden con fluidez a Cicerón, por ejemplo. También busca en el día a día en el aula que sus alumnos aprendan cosas relacionadas con la arqueología, la cultura tradicional, las costumbres...
Con todo, Aurelio Ovies reconoce que llegó a la enseñanza «por cosas de la vida». Una beca de investigación, recién terminado Quinto y compaginada con el CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) le hizo empezar a dar clases en la Facultad. A eso se suma que fue vicedecano de Filología con poco más de 35 años, algo bastante inusual en el mundillo universitario, pero que a él no le parece importar.
La precocidad, en todo caso, es algo que este gozoniego lleva en las venas. En 1989 publicó su primer poemario, 'Las horas en vano', un libro del que no aclara si está muy satisfecho o no, pero del que no cabe ninguna duda que de que ocupa un lugar en su corazón. «No sé si hay mucho de mi en 'Las horas...', porque uno cambia con el tiempo», asevera para continuar con este razonamiento. «Uno siempre es el mismo, pero también hay que tener autocrítica; yo sé que no todo lo que he hecho soporta bien el paso de los años y de los libros».
Toda esta modestia, un tanto desarmante sabiendo que sus lectores son muy fieles, se disipa al hablar de 'Nada', un tomo editado en el año 2000. Su salida al mercado coincidió con el deceso de la autora de la célebre novela homónima, Carmen Laforet, y también con el de la propia madre de Aurelio. «Es un poemario duro, que expresa cómo me sentía entonces» relata con voz emocionada. El propio título explica el nihilismo y el dolor que encierra el volumen, una época «difícil», según refiere escueto, pero de la que siempre, mal que bien, se sale.
Hoy, Aurelio Ovies se ve ante todo como poeta. Ha publicado diez obras más, algunas para un público tan exigente como el infantil. Le gusta cómo interpretan las cosas; aunque es adulto intento tener ojos de niño al escribir. En castellano o asturiano indistintamente «porque todo es poesía», concluye rotundo.
Y es que Aurelio es poeta por vocación, desde los doce años. Empezó escribiendo lo que el denomina ripios de la edad, basándose en la poesía que estaba a su alcance: Bécquer, Campoamor, Machado, Gloria Fuertes... y Miguel Hernández; su vida y su obra fueron lo que le cautivaron de este género literario. Tiene muy buenos recuerdos de sus primeros profesores, en las Escuelas de Bañugues, con especial predilección por dos de ellos: Jesús Cobas y Antonio Casín, que supieron inculcarle el amor por la literatura. Eran tiempos en que la ESO ni se imaginaba, y que Aurelio en cierto modo añora, porque daba una base de conocimientos más aceptable que el actual.
El BUP también era una opción «mucho mejor que el Bachiller actual», afirma. Y habla sabiendo lo que dice, puesto que profesionalmente se dedica a la enseñanza universitaria. Cree que si a un estudiante no se le da una buena base en Primaria y Secundaria, la Facultad no va a hacer ningún milagro. En su departamento, Filología, el panorama podría parecer más benigno. «Hay un montón de rebotados de otras carreras, y eso se nota mucho cuando les preguntas si leyeron 'El Quijote'... no es raro que nadie en el aula levante la mano», aclara de modo ilustrativo. Pero contra el alumno adocenado, hay siempre un contrapunto: el vocacional, que se esfuerza por aprender y conocer. «Eso siempre te da la esperanza de que la Universidad vuelva a ser un lugar donde nosotros, los profesores, no seamos los que tiremos del carro, sino que sean los alumnos los protagonistas».
De todas formas, Aurelio nunca ha sido el clásico 'profesor hueso' que llena de ceros los expedientes. Sus muchos alumnos certifican que es un 'buenazo' al que le da rabia suspender a chicos que, por lo general, no superan los 19 años. Da Latín, una asignatura con mala prensa que él cree que debería ser una base ineludible no solo en Filología, sino también en Historia.
Le gusta proponer textos fáciles, no todos los alumnos entienden con fluidez a Cicerón, por ejemplo. También busca en el día a día en el aula que sus alumnos aprendan cosas relacionadas con la arqueología, la cultura tradicional, las costumbres...
Con todo, Aurelio Ovies reconoce que llegó a la enseñanza «por cosas de la vida». Una beca de investigación, recién terminado Quinto y compaginada con el CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) le hizo empezar a dar clases en la Facultad. A eso se suma que fue vicedecano de Filología con poco más de 35 años, algo bastante inusual en el mundillo universitario, pero que a él no le parece importar.
La precocidad, en todo caso, es algo que este gozoniego lleva en las venas. En 1989 publicó su primer poemario, 'Las horas en vano', un libro del que no aclara si está muy satisfecho o no, pero del que no cabe ninguna duda que de que ocupa un lugar en su corazón. «No sé si hay mucho de mi en 'Las horas...', porque uno cambia con el tiempo», asevera para continuar con este razonamiento. «Uno siempre es el mismo, pero también hay que tener autocrítica; yo sé que no todo lo que he hecho soporta bien el paso de los años y de los libros».
Toda esta modestia, un tanto desarmante sabiendo que sus lectores son muy fieles, se disipa al hablar de 'Nada', un tomo editado en el año 2000. Su salida al mercado coincidió con el deceso de la autora de la célebre novela homónima, Carmen Laforet, y también con el de la propia madre de Aurelio. «Es un poemario duro, que expresa cómo me sentía entonces» relata con voz emocionada. El propio título explica el nihilismo y el dolor que encierra el volumen, una época «difícil», según refiere escueto, pero de la que siempre, mal que bien, se sale.
Hoy, Aurelio Ovies se ve ante todo como poeta. Ha publicado diez obras más, algunas para un público tan exigente como el infantil. Le gusta cómo interpretan las cosas; aunque es adulto intento tener ojos de niño al escribir. En castellano o asturiano indistintamente «porque todo es poesía», concluye rotundo.
Fuente: El Comercio