El instante poético es aquel que conmueve e invita, que nos prueba y comprueba, que nos devuelve al origen de la conciencia, a la fuerza terrible de las percepciones primeras. Es el que revela al mismo tiempo el secreto de las cosas, el secreto del alma del poeta y el secreto del Universo.
El poeta con esa intención o ese mandato compone con palabras un poema sobre el recuerdo de lo percibido. Y así crea un tiempo detenido, una metafísica instantánea en el espacio de su poema, para lo cual tiene que inmovilizar la vida.
Pero lo que hace Oliverio Sinpnig es endemoniado.
Crea tanto el instante poético como la imagen poética que lo describe en un solo movimiento. Y silencioso entrega en formato de video esta hiperestesia, esta actividad, este dinamismo del ser en el infinito instante poético de una vida que no ha sido inmovilizada para obligarla a entregar su secreto. Creación en acto, la mirada de Oliverio convierte la cotidianeidad en metafísica, la anodina prosa de la vida en la dolorosa y lacerada, enamorada y solitaria poesía de la vida.
En algo que inquieta, que pesa, que duele, que significa y que salva.