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Abubéquer conocía el secreto, de Ramón García Mateos

 

Doneu-me pa sense llevat,
una dona fidel —no massa jove—,
de quan en quan un moltó tendre,
vi de poc grau, lectures del profeta
i el silenci del camp.
(Abu Bakr estava en el secret).
Gerard Vergés: “El cofre àrab”
Sin duda, buen Gerard, Abubéquer conocía el secreto. Una mujer no demasiado joven, que sepa de los misterios oscuros del cuerpo y de la redondez subyugante del alma, compañera y amante en las atardecidas lentas de un verano sin fin. Sobre la mesa, siempre, una hogaza aflorada de pan blanco, mejor con fermento que cenceño, una frasca de vino tintillo suave y afrutado, siempre fresco, y un búcaro para el agua que canta cuando nace, allá en la fuente, casi helada, siempre. De vez en cuando, recién salido del horno entre sarmientos, un cordero lechal –tampoco despreciaríamos un castrón tierno– tan generoso que transmuta su carne en placer para todos los sentidos: la dulzura mollar de los sesitos, el hígado y su tierno amargor, la virginal manteca que se funde en la boca con sabor a romero, el magro sedicioso y emboscado entre huesos… De vez en cuando y recién salido del horno entre sarmientos. Allí, en la pared encalada, una pequeña biblioteca –tal vez no tan pequeña– con mis libros más queridos. En uno de sus estantes, descansando, la pipa de kif que acompañará la madrugada empujándonos suavemente hacia la ausencia del sueño. Y el silencio del campo, sí, el silencio del campo, el silencio, silencio… Sin duda, buen Gerard, Abubéquer y tú conocíais el secreto del paraíso perdido, jardín cerrado para gozar el tiempo, paisaje ameno, lugar feliz.
Y todo esto venía a cuento para intentar explicar mis arrebatos de misantropía.

Ramón García Mateos

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