Esperaba el subte. Ningún ruido percibía de ese mundo subterráneo. Apenas el sonido apagado de los trenes invisibles. A través de mis auriculares escuchaba “Aquarelle”, mientras observaba a la gente en la estación. La música no me permitía entender lo que hablaban. Me parecía estar viendo una película, y la composición de Aubry era la banda sonora. Parecía un drama. Muchos pasajeros jugando con sus teléfonos. Ninguna conversación. Todos esperando que el viaje acabe. Una madre sujeta a su hijo cuando pasa un chico vendiendo estampitas. El chico me dice algo. Sin escucharlo y mecánicamente le digo que no. Salgo a la calle, sólo me rodean siluetas sin voz, autómatas que parecen haber perdido el control de su creador. Ya llego a la puerta de casa. Pongo la llave que tampoco hace ruido. Me veo en el espejo del ascensor. Digo algo que no escucho. Frente a mí tengo un autómata cuya cara me recuerda a alguien. Ya estoy en casa, la película debe terminar. Me quito los auriculares y, por un segundo, ningún ruido, ningún sonido por mínimo que sea es registrado en mis oídos. Me pongo los auriculares otra vez. Escucho Aquarelle. Respiro.
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Aquarelle, de Marcelo Suárez De Luna
Esperaba el subte. Ningún ruido percibía de ese mundo subterráneo. Apenas el sonido apagado de los trenes invisibles. A través de mis auriculares escuchaba “Aquarelle”, mientras observaba a la gente en la estación. La música no me permitía entender lo que hablaban. Me parecía estar viendo una película, y la composición de Aubry era la banda sonora. Parecía un drama. Muchos pasajeros jugando con sus teléfonos. Ninguna conversación. Todos esperando que el viaje acabe. Una madre sujeta a su hijo cuando pasa un chico vendiendo estampitas. El chico me dice algo. Sin escucharlo y mecánicamente le digo que no. Salgo a la calle, sólo me rodean siluetas sin voz, autómatas que parecen haber perdido el control de su creador. Ya llego a la puerta de casa. Pongo la llave que tampoco hace ruido. Me veo en el espejo del ascensor. Digo algo que no escucho. Frente a mí tengo un autómata cuya cara me recuerda a alguien. Ya estoy en casa, la película debe terminar. Me quito los auriculares y, por un segundo, ningún ruido, ningún sonido por mínimo que sea es registrado en mis oídos. Me pongo los auriculares otra vez. Escucho Aquarelle. Respiro.
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