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La espera de Don Quijote, por Jorge Luis Peña Reyes



La espera


Por: Jorge Luis Peña Reyes


Todavía el Quijote no se recupera de aquellos vientos contrarios. Todavía su escudo no está en su mano huesuda. Su lanza espera en algún lugar del puerto por un gallardo acoplamiento que le devuelva la prestancia de hidalgo.

Todavía el pie derecho no se afirma en su justo equilibrio. Todavía su mirada está en el molino descentrado y desafiante. Todavía el salitre cubre los bronces retorcidos con que nació hace más de veinte años.

Todavía la gente se le acerca y cree en él y se enorgullece de su singular postura, meditativa y firme, como quien planea otro ataque menos frontal y definitorio.

Todavía los turistas se toman fotos debajo de su pedestal sin entender que esa postura no se la dio el creador, sino el tiempo.

Todavía algún ebrio caminante lo admira por su espalda recta a pesar del tiempo y las caídas. Otros todavía lo ven con una cerveza Cristal flotando en el universo de la red como una caricatura artística de un lejano pueblo del interior del país que puede llamarse Portus Patris o Barataria.

Todavía unos ven al Quijote mudo y frío, porque otros asuntos más serios le nublan los ojos. Otros esperan el día en que se lance calle arriba con su lanza y escudo para enfrentar los mismos gigantes de antaño.

Todavía quien escribe esta crónica no lo ve como una escultura más y espera que la gente haga un coro alrededor del augusto caballero y le diga: No mueras, en la fijeza de estos tiempos. Todavía quien me escucha, puede darle vida al Quijote, sin ser Miguel de Cervantes y Saavedra.
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