Fuente: Periódico 26
Publicado el Sábado, 23 Febrero 2013 06:45
Escrito por José Alberto Velásquez (Escritor) / Foto: Norge Santiesteban Vidal
Las Tunas: Por sobre todas las cosas, poesía es un puñado de palabras que consigue atrapar el instante y convertirlo en eternidad. Tal quiere ser la premisa del cuaderno Final del día, del escritor tunero Frank Castell González, título bellamente facturado por la editorial local Sanlope, la cual, en cuanto a diseño se refiere, parece estar alcanzando una necesaria (aunque demorada) mayoría de edad.
Castell es un poeta intenso. Desde su principio, en aquellos inolvidables años 90 del pasado siglo, cuando "éramos muy pobres y felices"-frase de Hemingway que a Frank le gusta repetir-, nos acostumbró al ejercicio de una poética exacta, cotidiana y trascendentalista, vertiginosa en el concepto y de una raigambre humana que posee su referente literario más cercano en César Vallejo.
A Final del día lo articula una estrofa tradicional muy cercana a los tuneros: la décima. Sin embargo, aquí los elementos técnicos y de estilo, magistralmente manejados, no constituyen el principal atractivo. En cada una de sus casi 70 páginas, la melancolía (el mayor de los tonos poéticos, según Edgar Allan Poe) se purifica, va alejándose sucesivamente de la insana neurosis de la modernidad, para erigirse en oxígeno, afecto, sublimidad.
Encuentra un tiempo perdido en el que hay hermanos, amigos, padre; suicidas resplandecientes y sobrevivientes innobles. Los somete a la persistencia de la luz, de su luz, debemos decir, y sin proponérselo, determina un nuevo nacimiento del mundo cada día.
Martí inauguró entre nosotros el linaje de los poetas iluminados: hombres y mujeres con un talento fuera de serie, equilibrado este último por el peso de la eticidad. Son únicos y aunque lo saben, jamás se dejan morder por la arrogancia, sus cuerpos nunca van a dibujar una sombra dudosa. Quienes conocemos a Castell estamos seguros de que pertenece a tal estirpe.
Al aproximarnos a las páginas de su hermoso poemario descubriremos muchas verdades: con la muerte no termina todo; antes que nuestro día se acabe, la esperanza habrá fabricado un puente, un gran puente, en el que el amor nos lleva de la mano hacia una isla de permanencia. Eso es poesía: palabra, gesto, inmortalidad. Eso seremos si nos adentramos en ella.
Las Tunas: Por sobre todas las cosas, poesía es un puñado de palabras que consigue atrapar el instante y convertirlo en eternidad. Tal quiere ser la premisa del cuaderno Final del día, del escritor tunero Frank Castell González, título bellamente facturado por la editorial local Sanlope, la cual, en cuanto a diseño se refiere, parece estar alcanzando una necesaria (aunque demorada) mayoría de edad.
Castell es un poeta intenso. Desde su principio, en aquellos inolvidables años 90 del pasado siglo, cuando "éramos muy pobres y felices"-frase de Hemingway que a Frank le gusta repetir-, nos acostumbró al ejercicio de una poética exacta, cotidiana y trascendentalista, vertiginosa en el concepto y de una raigambre humana que posee su referente literario más cercano en César Vallejo.
A Final del día lo articula una estrofa tradicional muy cercana a los tuneros: la décima. Sin embargo, aquí los elementos técnicos y de estilo, magistralmente manejados, no constituyen el principal atractivo. En cada una de sus casi 70 páginas, la melancolía (el mayor de los tonos poéticos, según Edgar Allan Poe) se purifica, va alejándose sucesivamente de la insana neurosis de la modernidad, para erigirse en oxígeno, afecto, sublimidad.
Encuentra un tiempo perdido en el que hay hermanos, amigos, padre; suicidas resplandecientes y sobrevivientes innobles. Los somete a la persistencia de la luz, de su luz, debemos decir, y sin proponérselo, determina un nuevo nacimiento del mundo cada día.
Martí inauguró entre nosotros el linaje de los poetas iluminados: hombres y mujeres con un talento fuera de serie, equilibrado este último por el peso de la eticidad. Son únicos y aunque lo saben, jamás se dejan morder por la arrogancia, sus cuerpos nunca van a dibujar una sombra dudosa. Quienes conocemos a Castell estamos seguros de que pertenece a tal estirpe.
Al aproximarnos a las páginas de su hermoso poemario descubriremos muchas verdades: con la muerte no termina todo; antes que nuestro día se acabe, la esperanza habrá fabricado un puente, un gran puente, en el que el amor nos lleva de la mano hacia una isla de permanencia. Eso es poesía: palabra, gesto, inmortalidad. Eso seremos si nos adentramos en ella.