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Malas y buenas palabras de la crítica, por Jorge Luis Peña Reyes

A mí no me gusta que me critiquen, dicen muchos porque es criterio casi generalizado, que crítica es sinónimo de ataque y vale aclarar la importancia de ésta en el mejoramiento de conductas, movimientos sociales o artísticos. Ahora que termina el año:
Debemos preguntarnos: por qué nos afecta tanto la crítica si sabemos que las razones que alegan otros para no compartir nuestros criterios corresponden a la verdad.
Si no es así y es pura falacia todo cuanto dicen, por qué el análisis valorativo nos pone de punta?
Tal vez la cuestión radica en que somos jueces sin piedad para juzgar a otros, y aceptamos con mucha facilidad los errores, siempre que sean ajenos.
No soportamos que alguien haga evidente los nuestros.
Y es cierto, la crítica tiene tintes. En ellas puede reconocerse pasiones, mentiras, tendencias, maldades.
Pero un análisis más profundo del fenómeno puede advertirnos que la crítica es positiva parta de donde parta, siempre y cuando provoque en nosotros una reflexión consciente de qué cosas hay que cambiar.
Quien elabora una crítica debe evitar palabras violentas para que el juicio tenga carácter positivo y sea todo lo objetivo que debe.
No es justo hacer leña del árbol caído.
Debe hacernos sospechar que en nuestro paso por la vida no haya una voz contraria que se levante y nos ataque.
Toda obra humana, tiene la necesidad de un juicio que la haga pefectible.
No hay corrientes artísticas ni vanguardias filosóficas que no hayan pasado por el tamiz de la crítica, más o menos exacta.
Nadie puede mejorar una obra sino escucha el criterio de los otros en torno a su discreto resultado.
Debido a ello, el ejercicio del criterio ha de ser cultivado y asumido como una necesidad de mejoramiento continuo.
Para terminar propongo una rocambolesca frase del escritor Jorge Luis Mederos sobre el asunto y que creo resume las ideas anteriores.
Tengo la certeza crítica que será la crítica quien nos conducirá hasta la certeza.

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He tenido algunas experiencias tristes y alegres por el libre ejercicio del criterio. Ahora que me escucha un puñado de gente desde sus receptores, reconozco que hasta aquellos que la estimulan, desconocen sus riesgos e importancia. La asumo naturalmente porque otros se acercan a mi persona desde sus propios juicios y juzgarán al igual que yo acontecimientos que serán necesariamente parciales. Hablarán de aquellas actitudes que las circunstancias nos obligan a tomar y de las que no siempre salimos airosos. Por ello creo que aunque el consenso es hablar y sobrestimar lo bueno, no hay por qué desdeñar ese argumento valorativo que, venga de donde venga, puede mejorarnos en nuestro ciego vagar por la vida, donde los tropiezos son más comunes que los aciertos.
De continuo nos perdonamos porque asumimos que tanto lo uno como lo otro es pasajero y en definitiva no divulgamos lo negativo y si amplificamos de mil formas aquello que pueda sumar galardones a nuestro modo de actuar en la sociedad. No obstante cuando tenemos una función pública y más de un par de ojos nos toma como referente, la crítica nos condiciona y es un permanente filo por el que caminamos, como un riesgo individual, pero todo responde a nuestro narcisismo o a nuestra inútil entrega social, así que unos individuos más que otros deberán entender la crítica abierta como esa cruz inherente a su decisión, una consecuencia lógica de quien pasa por la vida firme a una posición y seguro de su aporte a la humanidad. Es difícil entender que quien ofrece un servicio no reciba como pago natural gratitud y juicio. Quien no acepta la crítica o expone como idea contraria
el hecho de valorar esfuerzos y no resultados a fin de obtener loas, es un ser que se impone metas fáciles de alcanzar y que no se exigirá por lo que hace, al tiempo que subvalora en otros la capacidad de juzgar el producto que él mismo expone. No es un artista es un político obcecado en su propia
opinión y por ende con límites que lamentablemente otros valoran de positivo, por eso ascienden, aunque un día reconozcan que su ascenso fue un lastre más que impusieron a su individualidad. Y a conveniencias de otros, obtuvieron prebendas eventuales con las que saciaron sus apetitos.
Con eso se teje la vida del hombre, unos se entregan a lo que creen, otros a lo que les conviene y ambos justifican sus alternativas.
Los primeros: abiertos al juicio de los demás y los segundos herméticos y en una lucha que incluye diatribas y falacias para acallar críticas en su contra. Nadie separe demasiado estas posiciones, a veces son territorios de tránsito en la vida de los héroes, de ahí se justifica la transición de un héroe a un tirano, porque el héroe es aquel que se expone por el bien de otros y luego confundido con el poder que lo aupa, exige que los otros se expongan por el bien de su propia filosofía. En resumen, la crítica en la sociedad actual más que una práctica ha sido un estandarte de emancipación que el poder lanza a todas direcciones, mientras evita con represiones más o menos sutiles que otros la ejerzan cuando de poner el dedo en la llaga se trata.
Es absurdo que a la personas primero se le enseñe a valorar y que luego se les censure sus criterios al cabo de una experiencia de vida y con razones que obtiene de sus congéneres.
Todo parte de esas miserias humanas que colocan a los hombres en el poder, ellos defenderán su estatus como los guerreros. Solo desde el frenetismo defenderán la crítica, aquella que se ejerce contra sus opositores.
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