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La única fuerza es el amor: Enrique Pérez Díaz


“...Siempre me imagino que, en un enorme trigal, hay muchos niños jugando y eso. Miles de niñitos, y no hay nadie cuidándolos, Ninguna persona mayor, quiero decir. O sea, estoy solamente yo, parado al borde de un acantilado rarísimo. Estoy allí porque debo atraparlos si van a caerse por el acantilado, es decir, si vienen corriendo y no ven por dónde van, tengo que salir yo por algún lugar y atraparlos. Eso es lo único que hago durante todo el día. Vendría ser como un guardián en el trigal. Ya sé que suena loco, pero eso es lo único que verdaderamente me gustaría llegar a ser. Ya sé que es una locura”.
 (Holden Caulfield en El Guardián en el trigal, de Jeromé David Salinger).


Amigos míos que están aquí, amigos que están en otras partes, amigos que no sé dónde están, amigos que ya nunca estarán pero guardo conmigo: he deseado en la tarde de hoy, cuando todos, de alguna manera me acompañan, expresarles de qué modo les agradeceré siempre el que me hayan permitido ser como el guardián en el trigal, la obra inmortal de Salinger, como yo, un atormentado por la infancia y sus destinos, un ser raro, único, irrepetible, que apenas nos dejó hace unos meses, pero cuya creación permanecerá con nosotros para siempre. 
Yo, qué soy, quién soy, no sé, ayer en una entrevista me preguntaban, cuál era mi ángel, cuál mi demonio, y solo atiné a responder, ante cuestionamiento tan inesperado, que mi ángel ha sido siempre el trabajo, mi demonio: la apatía, la indiferencia, el ocio, la indolencia y el abandono o menosprecio del trabajo y es que creo en este como una fuerza renovadora y telúrica capaz de cambiar el mundo. 
Soy humano como ustedes y cada amanecer me despierto con un sueño entre los ojos acariciándome la piel y al mirarme en el espejo, me sonrío y les estoy sonriendo a ustedes y poco importa si el mundo se desmorona a mis pies o el cuerpo se me deshace por el mal dormir y el tanto soñar imposibles… me levanto a cada nueva jornada y trato de ser una pieza que mueva cosas y deseos en el universo y pueda hacer feliz a alguien (aunque eso, ustedes lo saben tan bien como, no siempre es posible) y así enfrenté, quizás sin saberlo y sin la madurez que hoy, una obra literaria iniciada en libretas escolares a los 16 años, cuando haciendo teatro captaba alumnos para la escuela de mi madre, una mujer imparable que siempre creyó en la fuerza redentora del trabajo y que fue de las primeras en motivarme el amor por los libros, que coleccionaba con pasión de bibliotecaria y narraba como los ángeles. 
Hubo –y todavía hay- muchos ángeles en mi vida. Con su esencia mágica son exigentes conmigo y me obligan a luchar por el mejoramiento humano que nos pidió ese otro gran maestro: Martí, de quien aprendí a no mentirles a los niños, nunca mentirles, por duras que fueran las verdades a escuchar. Pienso que la literatura es un gran árbol al que todos debemos y tributamos y por eso mi obra a veces la siento ajena y me considero tan autor de El oro de la Edad, Cartas al cielo o Un hada y una maga en el piso de abajo, como mis propios amigos Ariel, Teresa o Magali cuando los escribieron y yo me encontraba cerca de ellos con mi consejo y mi aliento… pero les hablaba de mis ángeles y justo es reconocer que vivo rodeado de ellos: me calzan, guían mis pasos, me acompañan en la aventura editorial de cambiar hacia el futuro una institución establecida como Gente Nueva y hasta me apremian a que escriba más. 
Por eso es que son posibles los milagros de creatividad desinteresada que ustedes han visto esta tarde en torno a una obra literaria, que no me trae más mérito que compromiso hacia quienes la han leído o la leen. No quiero pecar de modestia, pues hasta las virtudes en exceso resultan falsas, pero si algo he escrito y ha trascendido, es por la inspiración que tuvo en la realidad y el modo en que alguien se sintió allí reflejado y, por supuesto, gracias a la bondad de quienes gustaron valorarlo, entenderlo, publicarlo, recomendarlo, leerlo y hacerlo suyo. 
Para mí escribir ha sido un reto: doloroso, traumático, a veces divertido como cuando reivindiqué a la infancia en ese divertimento llamado Escuelita de los horrores, pero sobre todo ha significado alertar en cómo debía cambiarse la faz de un movimiento literario. En otra vida no sé si hubiera sido escritor, pues me fascinan el teatro, la música, el cine, la plástica y desciendo de una familia con inclinaciones literarias y de probados méritos artísticos. 
Por eso cuando me preguntan qué sería en otra vida, respondo: lo que pueda hacer mejor y si se trata de preferencias, suelo decir que mi color es ese azul que recuerda cielos infinitos, mi ave es el Fénix, milenario pájaro mítico capaz de renacer siempre de sus propias cenizas, mi elemento el fuego, al que solo basta una chispa para encenderse y producir un incendio de emociones, mi paisaje más añorado el mar y su placentera sensación de libertad o puente hacia otros mundos y personas y mi don más codiciado: el amor, sentimiento milagroso que nos permite amar sin fronteras y con ello sentirnos más libres y universales. 
Ya lo dijo también Martí: La única verdad en esta vida y la única fuerza es el amor. En él está la salvación y en él está el mando. El patriotismo no es más que amor. La amistad no es más que amor.
Por eso, a todos los que me han permitido ser y me han retado a existir en este aprendizaje diario de la existencia, a todos los que en distintos momentos que acompañaron o sufren mi poderosa energía y mis constantes iniciativas imposibles -y aún lo hacen- les digo gracias, y como suele decir una persona muy especial que también hoy está aquí: los respeto y los amo hasta el infinito y más allá… Muchas gracias…

*Discurso pronunciado el 16 de noviembre de 2011 durante un homenaje al Autor y su Obra en la Biblioteca Rubén Martínez Villena, La Habana, Cuba.
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