Frank: hombre de corazón itinerante
Por Jorge Luis Peña Reyes
Imagen: Helier Batista |
Quien vio a Frank con una desgastada libretica bajo el brazo, detrás de la mesa no sospecha ahora, al cabo de los meses, que su libro salido a la luz por Letras Cubanas, es un trozo de esas tardes grises en las que molestaba hasta el exceso de paz. Tampoco tiene cómo sopesar las aguas que lo empujaron, si solo vio las tímidas palabras sobre el papel.
Escribir y contrastar el destino final de los volúmenes, con solo mirar los estantes de libros, convence del sacerdocio que supone enfrentarse a la hoja en blanco, con la única esperanza de trasmitir a ese remoto lector que tal vez no llegará, un poco de lo que es común a todos los humanos, pero que no todos pueden sentir con la misma intensidad.
Corazón de barco, nació entre la prisa de los usuarios que procuraban un buen libro de la Biblioteca de Puerto Padre y entonces Frank era Borges o Novás entre esos anaqueles infinitos que testimonian el paso de los ángeles por el mundo:
Ahora regresa complacido a entregarnos esta criatura, como si al hacerlo se le fugara el corazón con la parsimonia de los barcos o hiciera duradera la noble acción de recomendar una buena lectura.
Corazón de barco es el tercer libro de Frank Castell González. Las Tunas 1976. El primero en nacer en un lugar de salitre y marisma, pero eso poco importa si el mar no se le hubiera hundido dentro. Al leerlo uno comienza a sentir el sabor de la diáspora, del destierro, aún cuando los muros no son infranqueables barreras en el mapamundi.
Ese intento de ser universal desde la aldea lo caracteriza mientras uno se traga los poemas verso a verso y puede sentir al hombre frente al mar. “Viejo Constantino: Todos llevamos el amargo espíritu del náufrago” Dice en uno de esos poemas tristes.
Sí, Corazón de Barco es un libro triste, quien quiera cantar con él, está equivocado. Frank sabe que la tristeza es el hilo que une a todos los poetas convocados. Ángel Escobar, Raúl Hernández Novás, César Vallejo, León Felipe, Kavafis, todos sintieron lo mismo: una música o una sombra en cualquier sitio de este mundo. Frank cree en medio de tanta experimentación y frialdad en sus latidos y los atiende como la melodía más importante.
Simultáneamente a los naufragios interiores el autor acerca su mundo a los demás y constantemente arma y desarma su espacio para que la comunicación con el lector sea plena.
Quien se pierde de una ciudad y escribe poemas difíciles no queda exento del olvido, ni de Dios. Por eso me arranco la piel y busco la libertad o el gozo de no doblar estas rodillas. De todas formas existe el mar y es suficiente.
Considerado por el autor su libro más maduro, Corazón de barco no deja espacio para la duda, es un libro intenso en el que la prosa poética, el soneto, el epigrama y el verso libre se unen armónicamente en un afán de acercarnos el mar y todo el conflicto del hombre ante la inmensidad.