Cuando ladraron los máuseres
empuñados por trémulas manos obedientes
a las órdenes asesinas de las estrellas rebeldes,
los resecos olivos, cabizbajos, sudaron sangre.
La resina pegajosa brotó más colorada que nunca,
rojo oscura, rojo intensa,
de idéntico color a las cerezas
encaramadas en el árbol de la infancia.
¡Cuanta paradoja!
Ramas perladas de rubíes, brotados a borbotones,
coágulos de dulzura, burbujas de inocencia,
pendientes y collarinos aromáticos,
fruto y sombra a la vera de la casa del Verdeamor.
En la sierra granadina,
aquél niño genial de treinta y tantos años,
fue asesinado brutalmente
cuando amanecía la desgracia,
cuando florecía la canalla más canalla.
Tintaron la tierra anaranjada con su sabia madura,
fontana de palabra escogida, derramada...
¡Maleficio de Bernarda!
Malditas bestias oscuras que enlutaron la miseria.
Sangre de Lorca que enfanga la historia.
La memoria incompleta, inacabada.
Quisieron olvidarnos al poeta, y al maestro,
y a los dos banderilleros, crucificados a su vera
como los ladrones del Calvario.
Como tantos y tantos hombres y mujeres,
paseados, chequeados,
en negras noches difuntas,
andaluzas, gallegas, extremeñas, asturianas...
Infinitas madrugadas sucesivas.
Dos, cuatro, cuarenta, cuatrocientos, cuatro mil,
cuatrocientos cuarenta y cuatro mil...
En fila india,
de dos en dos,
a pares,
por parejas,
como las astas del toro,
como las banderillas,
como la guardia civil...
como las cerezas.
A Federico García Lorca lo detuvieron
El 16 de agosto de 1936, en Granada,
su Granda
albaicina,
gitana.
En la sierra periférica de Víznar
lo fusilaron antes de rayar el alba,
¡Por poeta, rojo y maricón!
(C) Rafa Lorenzo
Recita: Joaquín De la Buelga
MMXI