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Por los libros de los libros, de Aurelio González Ovies


Para que siempre queden páginas inéditas, espacios en la naturaleza, distritos en el paisaje donde enclavar un verso o anillar una sílaba. Para que nunca falten secretos que bruñir en los lomos del agua ni grana que esparcir en los extensos ámbitos de las ficciones. Y sigan propagándose el olor a guitarra y las llamas romances en las noches de Lorca. Y crucen por los puentes del viento los oscuros relinchos delatores de Perse. Por las cítaras rústicas y los cantos labriegos. Por Virgilio y sus armas y fragantes hexámetros, como tierra rojiza donde crece la salvia.

Por la longevidad de aquellos que decoran la piel de las serpientes y trazan geometrías en la fosforescencia de orugas y de pétalos. Por la lavanda, agradecida todavía al sol y a las tardes de estío. Por los ecos del mundo y de todos sus pájaros cuando el silencio reina en las mañanas vírgenes de los meses de marzo. Por las sombrías pérgolas bajo la Antigüedad, en las que aún se escuchan las puntadas broncíneas de Penélope. Por el amor que arriba, trazado a mano, en naves y gabarras, para todos los que odian, de costa a costa. Por Gloria y Gamoneda.

Para que se confundan los sueños más sublimes con la realidad brutal de algunos días y no se sientan más los lamentos frecuentes ni las súplicas roncas del atropello. Para que manen fuentes allí donde las grietas parecen ya un reflejo del alto cielo y germine la mies con la facilidad de las telúricas exactitudes de Claudio. Y trepen tu sonrisa y mi enajenamiento por las alineadas alamedas que suben a Machado. Por los que han partido sin decir la caricia más atesorada para el último instante.

Por el corazón de Mestre y sus antífonas de salud en rama. Por las esquilas que aún rompen la calma de Orihuela y los secos graznidos de dos cuervos posados en este alejandrino. Por Pizarnik y Safo y las islas en las que desterramos el incapacidad y el intimismo. Por nosotros, inocentes criaturas expuestas al dolor más profundo y a la mínima herida del aire o de la mano de nuestros semejantes. Por el orbe infinito. Por su misericordia. Por Javier Sicilia, para que nunca callen su rabia ni su ímpetu, para que no enmudezcan de pena sus metáforas, pero siempre con gesto de códice o poema. Por los libros de los libros. Siempre.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 21 abril 2011
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