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El silencio poético no significa claudicar: Javier Sicilia


Crónica: Milenio

Y hace un llamado a toda la sociedad para combatir la violencia con la poesía.

Cuernavaca, Morelos.- Cuatro horas de marcha y el mitin por la dignidad, contra la ineficiencia del gobierno y para repetir: “¡Estamos hasta la madre!”. “¡No más sangre!”. El coro se desbarranca entre las calles de esta ciudad. Gritos y poesía, canto y frases de reclamo. La mayoría con indumentaria blanca. Unos 15 mil manifestantes. Entre ellos el actor chicano Edward James Olmos. “Vengo desde Los Ángeles, vi las noticias con mi familia”, dice, conmovido. Junto a él desfilan niños y adultos. De todo el país. Desde bebés hasta abuelos. Manojos de rosas rojas y blancas. Carteles manuscritos con disímbolos mensajes.
El contingente, que inició en la Glorieta de La Paloma, desciende colinas y calles empinadas desde la entrada a esta ciudad. Lo encabeza Javier Sicilia. Se detienen frente a la 24 zona militar. El poeta exige al Ejército que no permita que en sus filas anide el crimen, y recuerda la frase de Fernando Martí —“si no pueden, renuncien”— a lo que él agrega: “Porque cuando uno manda a chingar a su madre a alguien hay que asegurarse de que vaya”.
Y en la Plaza de Armas, Sicilia pide a los narcos que vuelvan a sus códigos y “que no estén chingando a México”. Y hace un llamado a toda la sociedad para combatir la violencia con la poesía. Pide no buscar culpables. Pide que no se busquen culpables, sino rehacer el tejido social; dice, asimismo, que de nada sirve la renuncia de Calderón.
Y más adelante se detienen frente a las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia de Morelos, a cuyo titular exige esclarecimiento del crimen múltiple. “El silencio poético no es una claudicación”, dirá más tarde, ya por la noche, y anunciará un plantón que terminará hasta el próximo 13, como condición para que se esclarezca el crimen, pues de lo contrario convocará a una marcha nacional en la Ciudad de México.
Y en silla de ruedas, como otros más, viene el padre Rogelio Orozco, de 86 años, quien es auxiliado por la señora Marta Ponce de León. El religioso oficia misas en el penal de Atlacholoaya. Atrás, con pancartas, las niñas Aída, Morari, Daniel y Génesis, de 15, 12, 10 y cinco años. Las acompañan sus padres Gerardo Gómez y Norma Garduño, maestros de tres de los muchachos asesinados ese día, 28 marzo, junto con el Juanelo, hijo de Sicilia.
—¿Los conocían bien?
—Sí, y ahora los quieren calumniar —dice la maestra Norma, quien imparte las clases de Literatura y Español— A Juan le di clases en la secundaria; a los otros, Juan Carlos y Luis Antonio, en la Universidad Internacional.
—¿Qué siente?
—Indignación y dolor, pero no nos podemos quedar con el dolor; tenemos que protestar —dice.
Sus hijas sostienen una alargada pancarta con un texto de Pablo Neruda: “Entró Valverde con la muerte y dijo: ´Te llamarás Juan’, mientras preparaban la hoguera. Juan me llamó para morir “sin comprender ya la muerte”.
Y más pancartas: “Nuestros difuntos reclaman nuestra justicia”. Una muchacha, pancarta en mano, pide la legalización de las drogas como primer paso para que se acabe toda esta matazón y la impunidad en las filas policiacas. “Por nuestros difuntos reclamamos justicia y legalización de las drogas”. Menudean las consignas contra el gobernador Marco Antonio Adame, a quien le piden su renuncia; tampoco se escapa el presidente Calderón:
En la plaza principal, Sicilia, una vez más recuerda la mentada de madre, y a los narcos les dice que “no estén chingando a México”.
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