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Memoria de barcos, de Francisco Álvarez Velasco

Memoria de barcos
*Texto para el catálogo de la exposición pictórica de Mabel Lavandera

Los dioses no tienen necesidad de recurrir al arte –a la techné- y fabricar barcos, por ejemplo, para zarpar a otras tierras. Muy distinta es la condición humana: «Muchas cosas hay portentosas, pero ninguna tan portentosa como el hombre; él, que ayudado por el viento tempestuoso llega hasta el otro extremo de la espumosa mar, atravesándola a pesar de las olas que rugen, descomunales” –canta el coro en Antígona. Y pocas tan prodigiosas – añadimos- como la posibilidad de parar las aguas del olvido de los barcos que fueron y aquí nacieron y ya no son ni volverán a ser, dándoles la vida prolongada del arte en los lienzos de los pintores. Esta memoria de barcos empieza en la melancolía y en el corazón de la artista Mabel Lavandera. Para su relato acude a una paleta bien cargada de nostalgias y allí moja y mueve brochas y pinceles.

Con luz de cobre, de óxido, de amarillos, de oros viejos, de grises cantábricos –que son los colores de la nostalgia-; con azules ultramar, con luz de noche iluminada...

En este rincón de la orilla cantábrica hay abundantes bosques y carbón y hierro y una mar que despliega su horizonte al norte, al noroeste y al poniente. También hombres que ganaron el pan con su esfuerzo y sudor aquí mismo a la orilla de la mar o vieron que en ella había un camino que llevaba a otras tierras donde podía también ganarse. Por todo ello en este rincón de la orilla cantábrica se hicieron barcos y desde aquí y hasta aquí llegaron barcos.

Desde la nostalgia de lo perdido, que es el mejor alimento para la memoria, Mabel Lavandera ha rebuscado en su memoria personal y en la memoria colectiva de esta ciudad hasta dar con las imágenes dormidas que eran pecios en los naufragios del tiempo y ahora son fragmentos vivos para una historia, colgados en las paredes de la Sala Cornión: el Tongan Hamburg –apenas recién salido del magma artístico en el primer momento del proceso de creación-, el Antonio López, otros barcos sin nombre; también la intrahistoria de los que se pusieron manos a la obra para trabajar la madera, para domar el hierro, para levantar las geometrías de la arquitectura naval; también la de quienes zarparon aquí con la esperanza de ganar el pan allende la mar y de los que volvieron triunfantes o derrotados, y esa madre y su hijo sentados en la arena tal vez contemplándolos en su partida o en su vuelta; también el tierno y oloroso simbolismo de esos panes tan vivos como si ahora mismo los hubieran sacado del horno.

Eugènio de Andrade se preguntaba si puede haber un lugar más triste que un país sin memoria. De ese peligro nos ayuda a salvarnos esta memoria de Mabel recordándonos de dónde, en gran medida, viene este pueblo. Del mismo modo que se canta lo que se pierde, aquí se cuenta en imágenes lo que se ha perdido. ¿Qué mejor empeño puede haber para artista? Con luz de cobre, de óxido, de amarillos, de oros viejos, de grises cantábricos –que son los colores de la nostalgia-; con azules ultramar, con luz de noche iluminada: toda la vida que la pintura puede dar a aquellos barcos que aquí se construyeron o arribaron o partieron, para que ellos y aquellos hombres no se disuelvan para siempre en la bruma del olvido.

Gijón, abril de 2011
Francisco Álvarez Velasco
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