Un sapito mañanero,
con sombrero y anteojos,
canta alegre y lisonjero
a la orilla de un arroyo.
Lo vigila muy de cerca
un airado zapatero,
que no tarda el cascarrabias
en lanzarle un improperio.
-Óigame, Señor Sapito,
¿por qué ocupa usted mi entorno?
No hay más charcas en el mundo,
ni regueros ni más sotos?
-Perdone si le molesto-
respondió el sapo en buen tono -
pero nadie me había dicho
que era suyo este trono.
-Soy el rey de los zapatos,
el mayor de este contorno.
¿Qué me das si te permito
quedarte siempre en mi arroyo?
No poseo más que el cielo,
la lluvia fresca y el viento,
¿qué le podría dar yo a usted
si de todo esto es el dueño?
Y le dijo el zapatero
con un tono muy distinto:
-sigue cantando muy cerca,
alegrándome, sapito,
que nunca una voz como ésta
había escuchado mi oído.
Ha amanecido entre juncos,
la mañana ya clarea,
el zapatero despierta
y el sapito canturrea.