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Un pasado muy presente: Copo de Algodón en el II Congreso de la Palabra





Copo de Algodón
Un pasado muy presente. Un pasado lleno de futuro

*Conferencia pronunciada por María García Esperón en el II Congreso de la Palabra y 3er. Congreso Internacional de Comunicación y Lengua en Salamanca, Guanajuato

Yo tengo voz. Tu voz es mi lenguaje.* Partiendo de esta realidad constatada fui a buscar a una niña que vivió en el siglo XVI, en Tenochtitlan, la gran Ciudad de la laguna, para a través de mi voz, que la tengo no por el hecho de ser escritora, sino ser humano, recoger su lenguaje como un legado, como una herencia preciosa.

Preciosa como el oro, como el jade, como las plumas de quetzal. Preciosa como el agua dormida en la laguna de reflejos turquesa, como las alas de la serpiente emplumada, como las flores y los cantos del poeta azteca que nos dice dulcemente que "sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar, no es verdad, no, que venimos a vivir en la tierra".

Y si sólo venimos a soñar, si estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños, como dijo Shakespeare, si toda la vida es sueño, como dijo Calderón de la Barca, a decir verdad yo escuché por primera vez la voz de esta niña en un sueño de mi infancia. Hace tantos años conocí su nombre, tan poético, tan blanco, tan eufónico que crecí de la mano de su blanca sombra y muchas veces me identifiqué con ella.

Es un personaje histórico. Hay huella documental de su paso por el mundo, por el continente americano, por México. Se sabe aproximadamente la fecha de su nacimiento y también la de su muerte. 1507-1550. Vivió pocos años para nuestros criterios modernos, pero en esos 43 años vivió mucho, y sin moverse de su ciudad natal cambió de mundo, de nombre, de cosmovisión y quizá de creencia.

Fue esposa de dos emperadores aztecas. Fue la mujer de tres caballeros españoles. Fue princesa en Tenochtitlan y Señora en la Nueva España. Perdió un mundo y ganó otro. Tuvo un destino tan alto, brilló tanto, que cegó los ojos de los historiadores: no la vieron. Fundó la mexicanidad y no hubo tlacuilo que la representara en un libro de pinturas, ni pintor de corte que la pintara.

No conocemos su rostro. Pero podemos imaginarlo si escuchamos su voz. Y para escuchar esta voz del pasado y conquistar nuestro lenguaje del presente, pongamos el oído en el caracol del tiempo y pensemos que somos sueños que vamos al encuentro de otro sueño, al encuentro de una niña que vivió hace 500 años.
Una niña azteca.
Una niña que fue la hija favorita del gran señor Moctezuma.
Y que se llamó Copo de Algodón. En náhuatl, Tecuixpo Ixtlaxóchitl.

La ciudad está custodiada por los volcanes en la lejanía. El Templo Mayor se levanta imponente con sus santuarios dedicados a Tláloc y Huitzilopochtli. La vida transcurre sobre la laguna y dentro de las bien pulimentadas casas de nobles y macehuales. El comercio florece y la pujante Tenochtitlan cumple con su cometido de alimentar la energía del Universo con las guerras y sus prisioneros, con el corazón de los sacrificados.

El Gran Señor Moctezuma ha ordenado que nadie lo mire a la cara. Es el Gran Tlatoani, y tlatoani en náhuatl quiere decir “ El que habla”. Entonces para el pueblo azteca el digno de gobernar es el que mejor posee la voz... el que mejor tlahtoa, habla y habla en esa lengua que es una maravilla, suave y poética, apta para la expresión de la filosofía, precisa para las distinciones botánicas y zoológicas, joven, fuerte, soñadora, aglutinante, incluyente: el náhuatl.

El Gran Tlatoani es temido por sus súbditos, es respetado, admirado. Es sobrio, serio, introspectivo. Gusta de retirarse a meditar en la llamada Casa de lo Negro, donde tiene visiones divinas. Sueña (sólo venimos a soñar). Intuye. Se autolacera. Se sangra los muslos y recoge su sangre en una jícara que ofrece a las deidades. Cree en el Señor del Cerca y del Junto, la deidad dual Ometecuhtli, sabe que la muerte forma parte de la vida y que el tiempo y el espacio son una unidad. Los días llegan especializados, procedentes de los cuatro rumbos. El tiempo nace y muere cada 52 años, el siglo azteca. A Moctezuma le toca encabezar la ceremonia del fuego nuevo que se enciende en el Cerro de la estrella en el pecho abierto de un sacrificado, un valiente guerrero tlatelolca.

Bajo su mandato alcanzó el imperio su máxima extensión. Sin poderlo precisar actualmente se considera que el dominio del gran señor Moctezuma llegó hasta Nicaragua- Nican Anáhuac “hasta aquí el Anáhuac”.
El gran Moctezuma de la silla de oro, dijo Rubén Darío. El temido señor en cuyo honor se daban diariamente banquetes exquisitos, que él sólo degustaba. No volvía a usar la misma vajilla, ni el mismo manto, ni el mismo calzado.

Al Gran Tlatoani le nació una hija de su esposa Teyhualco. Y es aquí donde la figura mítica y solemne de Moctezuma se humaniza. La paternidad lo cambia, adora a esa niña que imaginamos parecida a él, a sus pasos prendida, enlazando su cuello con el collar del cariño A esa niña a la que él mismo impuso el nombre, de quién él mismo escrutó los destinos en el misterioso tonalpohualli, esa especie de horóscopo azteca que nos sigue asombrando con su poesía, con su intentona de desde el presente aprehender el misterioso futuro.

Moctezuma le puso su nombre. La nombró. Cada palabra nombra el Universo que nos distancia, dice el poeta. Y la dijo Copo de Algodón, la flor blanca por excelencia en el Universo que distanciaba a los guerreros como Moctezuma, acostumbrados a la sangre y al sacrificio, de las flores delicadas y los cantos dulces, in xóchitl in cuícatl: lo imperecedero de la cultura azteca: su tenue poesía.

Nosotros que somos sueños al encuentro de un sueño, miramos ya a Copo de Algodón, sus nueve años vestidos con un huipil blanco, corriendo confiada en el palacio de Moctezuma, jugando y aprendiendo en el tepochcalli. Y ya nos habla y nos trae noticias del pasado y nos cuenta que a los 9 años la han destinado a ser la esposa de Cuitláhuac, el señor de Iztapalapa, hermano de Moctezuma, el más sabio, el mejor en el consejo.

¡Cómo! ¿Esposa niña? No apliquemos criterios anacrónicos, Tecuixpo continuará con su vida de niña sin el menor deber marital; Cuitláhuac tiene esposas adultas, siendo la primera la señora Papatzin. Y Copo de Algodón, nuestra niña-sueño, se casa con Cuitláhuac en una ceremonia llena de simbolismo y de poesía, en la que atan sus mantos en un nudo que es también una palabra, que es la palabra siempre…

Tu voz es mi lenguaje, pequeña Tecuixpo, podemos decirle. Y con nuestro lenguaje traducir, vivir los sentimientos que experimenta una niña tan inocente al verse protagonista de una boda real. No es un cuento de hadas. Es historia. Historia con personas y con sentimientos, con esperanzas y con desilusiones, con construcciones y con rompimientos.

No ha salido de la magia de su boda nuestra Tecuixpo cuando el inflexible calendario azteca revela el cumplimiento de las profecías. Quetzalcóatl ha regresado y lo acompañan 400 guerreros de cabellos rubios y tez blanca. Quetzalcóatl viene a ocupar su trono, que es el del Anáhuac. Y Quetzalcóatl se llama Hernán Cortés y hace prisionero a Moctezuma en su propio palacio y ocurre la espantosa matanza en el Templo Mayor y la desgracia se apodera de la casa de Moctezuma y de Tenochtitlan entera y a los ojos de todos se desmorona su mundo.

Esto lo hemos leído en los libros de Historia, nos lo hemos repetido, aprendido de memoria, o mejor dicho, olvidado de memoria porque seamos sinceros: ¿de verdad hemos reflexionado en ello, nos hemos detenido a escuchar las voces remotas, el lenguaje en el que se escribió la fundación de nuestra identidad como mexicanos? ¿Hemos hurgado en los renglones, hemos examinado con lupa los dibujos de los códices, hemos visto a los ojos las palabras de Bernal Díaz del Castillo, el cronista de la Conquista, nos hemos visto a nosotros mismos a los ojos, nos hemos escuchado pacientemente, sin etiquetas, sin juicios, nos hemos preguntado de dónde venimos, quiénes somos, cómo hemos sido?

Pues todas esas preguntas se las hace la niña-sueño de este libro. Se las hace en el momento en que ocurren los acontecimientos. Desprejuiciada escucha a los españoles, le cae bien Bernal Díaz, se siente muy cercana al paje Orteguilla, admira y teme a Hernán Cortés, lo aprecia. Se da cuenta que son enemigos, pero también se da cuenta que durante algunas semanas su padre y Cortés dialogan, se escuchan, intercambian lenguaje, vencen las diferencias de idioma y cultura, pasean, cazan, ríen juntos. Y se da cuenta que chocan, que se rechazan, que se agraden por no soportar sus diferencias, que Cortés deshonra el templo horrorizado por los dioses sangrientos que veía, incapaz de comprender la honda espiritualidad azteca detrás de esas costras de sangre de los ídolos, de los cabellos hediondos –sangre vieja y vísceras de los sacerdotes. Tecuixpo asiste al momento en que esos dos hombres se gritan, se insultan, se echan a la cara sus diferentes culturas como si cada una fuera un insulto, una bofetada en el rostro de la otra.

Cada palabra nos suma al infinito, dice el poeta. Y cada palabra española que aprendía Tecuixpo en esa convivencia forzada la sumaba al infinito, la tejía en otra tela, la soñaba en otro sueño. Y asomada al lenguaje de los españoles se dio cuenta que Cortés lloró con sinceridad la muerte de Moctezuma, lo cuenta Bernal Díaz y nosotros lo sentimos a través de Copo de Algodón, porque la hacemos voz y la hacemos letras y con ella nos hacemos infinitos para comprender estos delicados momentos que nos fundaron, que nos hicieron ser cómo somos…

En cada nombre habita un mundo inmenso. En cada nombre hay muerte y hay orígenes. En el nombre de Copo de Algodón está la muerte de un mundo y el origen de otro. Muere Tecuixpo Ixtlaxóchitl en su mundo indígena y nace Isabel en su mundo nuevo, que no es solamente español ni solamente azteca, sino que es conjunción –a ratos se antoja imposible- de dos infinitos: el Mediterráneo con sus griegos, romanos, fenicios, árabes, íberos, celtas… y el Anáhuac con sus pueblos peregrinos y guerreros, sacrificados y crueles, hombres calendario y hombres estrella, fatalistas de los astros, macehuales merecidos de Quetzalcóatl, pueblo de sol de destino inmenso que acostumbramos considerar truncado por la conquista española y que tal vez desde los ojos de Tecuixpo aprendamos a mirar de una manera diferente, a superar el llamado trauma de la conquista y a invocar y congregar, a nombrar y aceptar y nombrar de nuevo nuestras dos tradiciones infinitas y comprender que Mediterráneo y Anáhuac son lo mismo en su diferencia: entre tierra y entre agua por sus respectivas etimologías.

Seguir soñando y despertar en un sueño mejor en el que le damos la bienvenida a todas las palabras, en castellano y en náhuatl. A todos los ojos y a todas las conciencias, a Sócrates y a Nezahualcóyotl, a Cortés y a Moctezuma, a Andalucía y a Oaxaca, a los gitanos y a los tarahumaras, al Guadalquivir y al Usumacinta, a Tecuixpo Ixtlaxóchitl y a Isabel Moctezuma, una niña de 9 años a la que le hemos dado la oportunidad de decir y de decirnos, parada de puntillas desde sus sandalias aztecas: Yo soy la voz, tengo el lenguaje.

* Las palabras en cursivas pertenecen al poema Cada Palabra, de Aurelio González Ovies


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