EL MAR DE SARA
El mar
se quedó quieto, muy quieto.
Tan quieto
que ni se movió del lugar dónde estaba.
No se atrevía ni siquiera a respirar.
Lo suficiente para no ahogarse
en su propia inmensidad.
El mar
se quedó inmóvil y callado.
Quiso silenciar
los débiles latidos de su oleaje
entre sábanas de espuma blanca.
Las olas,
bellas damas de compañía,
quedaron suspendidas
en la pálida bruma del amanecer.
Fieles a su señor,
permanecían así
minuto tras minuto,
en lo que parecía
un mar en calma,
un mar detenido
por un breve instante
Sin atreverse a regresar a la superficie,
las olas,murmuraban suaves palabras
a la brisa que flotaba en el aire.
El mar
detuvo su mirada.
No la había visto llegar,
adormecido por la relajante quietud
de la noche.
Ahora estaba allí,
en la pequeña playa de la bahía.
Tan cerca se encontraba
que casi podía rozarle
la punta de los pies
con la humedad salada
que se le evaporaba
ante su hechizante presencia.
Su belleza era salvaje,
abrumadora,
imposible de contener
en su cuerpo desnudo.
Su juventud se desbordaba,
incapaz de encerrarse
entre los barrotes de su tersa piel.
Y su tristeza...
tan honda y profunda
como ese mar que la miraba.
Inmensamente profunda.
Inmensamente honda.
Perdida en sus pensamientos,
el mar
se acercó sigiloso.
Sara levantó la vista
y le vio.
Vio un mar en calma,
quieto y callado.
Vio un mar que la miraba.
Empezó a sentirse
más tranquila y serena.
Inmóvil,
delante del imponente mar
que se había detenido
para hacerla compañía,
Sara respiró profundamente
el silencio de ese mar callado.
Sara observó la superficie ondulada
que se extendía hacia el horizonte.
Buscó entre sus recuerdos
historias de piratas
dónde Daniel y ella surcaban el mar
en busca de aventuras,
en un barco de madera
con sus nombres pintados en la popa.
De repente,
se preguntó si aquel
sería su mar.
Deseó con vehemencia que lo fuera
y con su pensamiento
le lanzó la pregunta a la brisa.
No necesitó escuchar la respuesta.
Lo sabía.
Era su MAR.
Ella… era su princesa
y él… la mimaba.
Sara respondió a sus caricias
y se dejó arrastrar
como una muñeca de trapo.
El mar
se balanceó en el silencio
y le susurró al oído:
“El mundo
ya no existe, Sara.
Sólo estamos
tú y yo.
Juntos,
iremos a buscarle.
Pronto estarás
para siempre
a su lado.”
Un escalofrío de placer
recorrió su espalda
prolongándose por sus brazos
y sus inútiles piernas.
Le rozó el corazón
y le abrigó el alma.
Texto y voz: ASUNCION CARRACEDO(España)
Imágenes: inicio "Playa de Carnota" facilitada por RITA. El resto de fotografías son de ASUNCION CARRACEDO(Playas de Perlora, La Manga, Valencia, y Estepona. Todas ellas en España)
ASUNCION CARRACEDO.