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Comentario a "Soneto" de Ángel González, por Anabel Sáiz Ripoll


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Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel. Yiruma


“SONETO”DE ÁNGEL GONZÁLEZ
(COMENTARIO)

Anabel Sáiz Ripoll
Doctora en Filología


“Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, tengo la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
Vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
No me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda; un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura:
jamás o llanto, pero mi fe fuerte”.


    Ángel González, junto a Gil de Biedma o a J. A. Goytisolo, pertenece a la llamada generación de medio siglo o de los 60. Incluye el soneto que hoy comentamos en su segundo libro titulado “Sin esperanza, con conocimiento”, publicado en 1961. Esta obra ejemplifica la poesía que se seguirá en la década de los 60, caracterizada por el rechazo a los elementos de poesía social y por un retorno a la intimidad personal del poeta.
    El Soneto ilustra muy bien el título del libro. Ángel González adopta un tono confesional muy apasionado; pero sin el dramatismo de la poesía social ni el escepticismo e ironía de otros poetas de los años 60, más bien con una energía inquebrantable frente a los embates de la vida. El poeta nos ofrece una declaración de principios puesto que muestra su voluntad de seguir asumiendo todos los problemas que se le presenten con buen ánimo, sin rendiciones ni treguas.
    El poema, métricamente, sigue la estructura de un soneto tradicional con versos endecasílabos, aunque presenta una cohesión temática tan entrelazada que es muy difícil segmentarla e, incluso, resultaría forzado el hacerlo. No hay autonomía entre los cuartetos y los tercetos puesto que todos se enlazan, de una forma o de otra, ya sea mediante repeticiones (v. 4 y 5: “juego”), frases paralelísticas (v. 11 y 12) o encabalgamientos (v. 8 y 9).
    En una primera lectura se aprecia ya la apasionada afirmación vital del poeta. A simple vista en “fuego de mi pasión” calificada por el casi oxímoron “volcada y sin salida” apreciamos un elemento propio del sentimiento amoroso que se expresa directamente en el v. 3, “amor”, identificado, además, por la metáfora tradicional, “herida”. No obstante, sin profundizamos en el poema, encontramos más bien la imagen del poeta implicado en un juego (v. 4) de azar con su propio destino, lo cual le imprime una gran carga existencial que supera el elemento amoroso con que parecíamos toparnos al principio.
    En el primer cuarteto se evidencia un elaborado proceso constructivo a base de anáforas (“Donde”), disposiciones simétricas (expresiones bimembres como “pongo la vida, pongo el fuego”; “tengo el amor, tengo la herida”) y paralelismos (V. 3 y 4).
    La anadiplosis “pongo en juego” une el primer cuarteto con el segundo, a la vez que éste se enlaza mediante un encabalgamiento con el primer terceto. Se sigue la imagen del poeta como un jugador existencial que oscila entre el “perder”, el “resto de esperanza” que aún le queda y su voluntad de no rendirse (“no me doy por vencido”) y de seguir jugando hasta el fin. En la bimembración del v. 7 “la de ayer, la de hoy” se advierte esa circunstancia temporal del poeta que es presente y también pasada y puede que futura. Por otro lado, mediante el empleo de distintos verbos en construcción polisindética (“pongo... y pido...y ... vuelvo”) se enfatiza más esta decisión de seguir jugando que resalta el ánimo vitalista y activo del poeta ante la paradoja de los v. 5 y 6: “perder la vida en el juego /seguir jugando sin vida”).
    La expresión “Al siempre va” del v. 10 nos habla de la opción que tiene el poeta de escoger entre el nunca y el siempre, entre el retirarse y el seguir que es la “postura” que acaba asumiendo, palabra que aquí tiene un sentido doble: la cantidad que se apuesta y la postura vital que se adopta.
    Los v. 11 y 12 muestran una construcción paralelística en la que se expresan las consecuencias a que dará lugar el tipo de opción “nunca” (la muerte, aunque en sentido figurado) o el de la opción “siempre”, identificada otra vez con el amor, con la primavera en su acepción de plenitud vital.
  También son paralelísticos los dos versos finales, muy cercanos al quiasmo, que rematan la construcción del soneto como un todo indivisible. De ellos se desprende la afirmación de fe en la vida por parte de Ángel González al quedar modificada la disyunción antitética “nunca o amor”, abierta a la esperanza, en la coordinación “jamás o llanto”, que excluye la posibilidad de ser feliz.
    El soneto, sobre todo los cuartetos, abunda en aliteraciones. El recurso fónico se aumenta gracias a las repeticiones y elementos casi paranomásicos (pongo, fuego, tengo, juego, luego, sigo) e, incluso, la consonancia interna (vida/partida).
    En los 60, como decíamos al principio, la poesía española comenzaba a apartarse de la tendencia social y el poema de Ángel González reúne unos rasgos que nos hablan de esta evolución: opone el sujeto lírico frente a la colectividad, el yo de la experiencia personal frente a la común. Se trata de una poesía que nos habla de la problemática existencial de los seres humanos y no de las injusticias sociales que hay que remediar; una poesía expresiva y contenida que ya no tiene que ver con el dramatismo de la lírica desarraigada.
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