La madeja y la estrella II
-Retratos de familia-
VII
No tengo más palabras para ella que no sean un lápiz desgastado o un libro de páginas mal escritas. No tengo más palabras. A ella la resumiría en el silencio, esa otra voz que el viento pronuncia al agitar las hojas del guayacán. Retorno a los lugares comunes: tierra sin arar, habitaciones de la casa, sillas delante del crepúsculo, y no encuentro la sombra de su cuerpo. No tengo palabras, no las poseo: ella me enseñó que la tristeza es un río que danza en la memoria y que la voz de la infancia es una llama que no nos atrevemos a apagar.