Facundo estuvo en mis inicios, cuando necesitábamos pernoctar en cualquier casa para alimentarnos de aquello último que hacíamos en materia poética. Esa complicidad con Alberto Cortez en la gira del 94 y 95 , que se grabó en directo en la Ciudad de México, la sabíamos de memoria, acaso porque no teníamos mucho que escuchar, pero igual de bueno era eso de reírnos con las excesivas e incisivas ironías de ambos y con sus letras de sabiduría ancestral.
Cuando supe de la muerte de Facundo no pude menos que ir al catálogo de aquella gira y mirarle como si se nos fuera un viejo amigo para siempre, y se hiciera imposible recordar su rostro, pero al releer las letras de sus canciones, recordé que la muerte no era certidumbre en él, cuando tantos repiten esa filosofía que nadie podrá ultimar.
Pobrecito mi patrón
piensa que el pobre soy yo.
Si estaba en el lugar equivocado, si era el blanco de los matones, qué puede importar ahora, luego de exprimir y sacar tanto de la vida y de su tono claroscuro. La vida solo pudo responder a su sonrisa cuando el forzó el canto para ella, cuando le abrazó sin tenerle en cuenta sus abismos. Tanto la iluminó, que la UNESCO tuvo que reconocerlo con la distinción de mensajero de la esperanza. Es difícil ahora desligar el diálogo entre Alberto y Facundo, pero hoy tuve que escuchar de nuevo el disco y volver a reír con un poco de nostalgia por las memorias aquella y los terribles hechos de hoy. Tal vez lo mataron porque no pudieron conmover a una sola la persona y sabían que al acabar con Facundo iban a hacerlo en una muchedumbre de un solo golpe.
Sí, Facundo: Pobrecito ese matón,
piensa que el muerto sos vos.
Jorge Luis Peña Reyes
Poeta