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Moctezuma, ¿cosmovisión o superstición?



Llovieron esmeraldas;
ya nacieron las flores:
Es tu canto.
Cuando tú lo elevas en México,
el sol está alumbrando.
(Moctezuma II, siglo XV)

La misión del historiador consiste en explicar a los muertos,
no en regañarlos, entre otras cosas porque
no hay empeño más vano.
(Edmundo O'Gorman, siglo XX)


El comisario de la exposición sobre Moctezuma II en el Museo Británico, Colin McEwan, puso en septiembre del año pasado el dedo en la llaga:

"Moctezuma es persona non grata en México debido a la opinión tradicional de que actuó en secreto contra su pueblo y cedió el imperio a los españoles".

En esas declaraciones de McEwan se ponen en relieve los paradigmas que nos han regido en nuestra visión histórica desde el siglo XVI hasta nuestros días. Hernán Cortés y su gente desembarcaron en Veracruz envueltos en la niebla de sus convicciones, supersticiones y creencias y desde ellas leyeron la otra niebla de Moctezuma y su pueblo, tan convencida, supersticiosa y creyente del retorno de Quetzalcóatl, como el fraile de la Merced en la eficacia de la extremaunción y Gonzalo Rodríguez en la Virgen de los Remedios.

La historia de México se ha escrito bajo los cánones occidentales, con su sistema de valores y sus moldes. A la luz de la Ilustración, de la Enciclopedia, del Racionalismo, del Nacionalismo y de la Revolución, Moctezuma fue un traidor, un supersticioso y un cobarde, la cosmovisión mexica -permeada con la certeza del comienzo y del final de los ciclos- un estadio pueril de pueblo primitivo. Y se mira con superioridad y compasión apostólica a los indígenas, a los que considera el Instituto Nacional de Antropología con la altanería científica del porcentaje para describir su existencia y sus lenguas.

Si la "superstición" de Moctezuma se examina con la menor cantidad de prejuicios posibles -cosa muy difícil de lograr- se encuentra su fineza espiritual, su sabiduría de la naturaleza y del hombre, su cuerpo de verdades existenciales dolorosas e ineludibles, su penetración del misterio de las cosas, de la materia y del tiempo. Y entonces la superstición se nos ha convertido en cosmovisión, y así podríamos comenzar a entender, no sólo a Moctezuma, sino a nosotros mismos. Y dejar, de buena y toda vez, de regañar a nuestros muertos. A ver qué se siente.

María García Esperón

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