Doneu-me pa sense llevat,
una dona fidel —no massa jove—,
de
quan en quan un moltó tendre,
vi de poc grau, lectures del
profeta
i el silenci del camp.
(Abu Bakr estava en el secret).
Gerard
Vergés: “El cofre àrab”
Sin duda, buen
Gerard, Abubéquer conocía el secreto. Una mujer no demasiado joven, que sepa de
los misterios oscuros del cuerpo y de la redondez subyugante del alma, compañera
y amante en las atardecidas lentas de un verano sin fin. Sobre la mesa,
siempre, una hogaza aflorada de pan blanco, mejor con fermento que cenceño, una
frasca de vino tintillo suave y afrutado, siempre fresco, y un búcaro para el
agua que canta cuando nace, allá en la fuente, casi helada, siempre. De vez en
cuando, recién salido del horno entre sarmientos, un cordero lechal –tampoco
despreciaríamos un castrón tierno– tan generoso que transmuta su carne en
placer para todos los sentidos: la dulzura mollar de los sesitos, el hígado y
su tierno amargor, la virginal manteca que se funde en la boca con sabor a
romero, el magro sedicioso y emboscado entre huesos… De vez en cuando y recién
salido del horno entre sarmientos. Allí, en la pared encalada, una pequeña
biblioteca –tal vez no tan pequeña– con mis libros más queridos. En uno de sus
estantes, descansando, la pipa de kif que acompañará la madrugada empujándonos
suavemente hacia la ausencia del sueño. Y el silencio del campo, sí, el
silencio del campo, el silencio, silencio… Sin duda, buen Gerard, Abubéquer y tú
conocíais el secreto del paraíso perdido, jardín cerrado para gozar el tiempo,
paisaje ameno, lugar feliz.
Y todo esto venía a
cuento para intentar explicar mis arrebatos de misantropía.
Ramón García Mateos