A los 13 años emigró con su familia a España.
Y cuatro años después, en 2008, le nació un nuevo poeta a la lengua castellana.
La sensibilidad de este joven rumano hizo explosión en español al leer a Bécquer, imaginamos que como parte del programa escolar. Para la mayoría de los estudiantes la literatura es un nombre en una tira de materias. Para Daniel es la vida.
La vida para Daniel es poesía. Porque siente intensamente cada una de sus aristas, escucha el rumor de cada hoja que cae, sufre la hondura metafísica de la mirada, experimenta el cosmos en la letra escrita. Daniel lee, ha leído. A Bécquer, dijimos. A Mihai Eminescu, a Aurelio González Ovies. Pero no sólo los ha leído, los ha vivido. Ha vivido a través de esas letras en donde se ha comprendido, se ha asimilado a ellas y desde esa patria de palabras, tan intensa y tan antigua como su alma, ha compuesto poemas que toman el corazón por asalto, que asombran al silencio. Poemas que necesitamos para decir la nostalgia y para deletrear la mirada, para exigirle a la vida que otorgue lo que ha prometido:
Esta tarde iré a buscarte
en lo más profundo del silencio,
porque me debes unas miradas, largas,
unas miradas que callan al viento,
unas miradas que mueren por descubrirte...
Madurez. Hondura. Intensidad. Hambre. Sed. Intensidad de nuevo. Amor. Melancolía. Veinte años de poeta. Un estudiante que inquiere, que busca el diálogo con sus maestros. Un ser humano que pregunta, que interpela a ese torrente que nos arrastra y rodea y que no podemos ver porque en él estamos inmersos y que se llama vida. Pero que podemos sentir y convertir ese sentimiento en palabra. En pregunta:
Yo siento dentro de mí, y recuerdo, extraño.
¿Y si no?¿De qué nos sirve el recuerdo?
Maestro,
si no hay soledad,
yo recuerdo, yo siento
en las tardes de lluvia.
Y soy y existo,
y sé que aquí florecerá muy temprano
el camino de la sabiduría,
y aquí tengo los frutos casi maduros
de unos otoños que no han llegado todavía.
¿Sabiduría? ¿Otoño? ¿Qué frutos otoñales persigue el poeta a los veinte años? ¿Maestro? ¿Qué maestro? ¿Quién tiene esas respuestas?
Solamente el silencio.
Un silencio llamado Daniel Chiprian.
María García Esperón