A mí, déjenme mi Homero mi Veléry mi Lope mi Maurois y mi Reyes mi Sor Juana mi otra Juana de América mi Alfonsina entre olas, convertida en sirena a ese Hugo cuyo exilio engrandece y a una C que contiene mi poema viviente.
A mí déjenme hablar con las flores de Anáhuac persiguiendo la luz de mi poeta azteca.
O bien ir a buscar al amante de Ulrika al bardo de Maipú caminando con ella, con María por aquellos jardines de Oriente o de Occidente.
A mí déjenme con la magia de aquella "vieja mano que sigue trazando versos para el olvido".